viernes, 4 de julio de 2014

Aproximaciones a la belleza I



Si la busco, se esconde;
si la atrapo, se seca;
si hablo de ella, se desvanece.
¡Mira,
ahora,
aquí!

Sólo queda el aroma de alcanfor,
y una indolente exhalación,
vapor sedoso
color de esmeralda
que flota
a muy baja altura.

En el suelo,
una baba lechosa
marca la dirección de su huida. 

Si la pongo en mis rodillas, se amarga
(y el niño vidente del infierno
sonríe desde el rincón de una mesa).

Si la beso, me muerde.
Si la visto con los atuendos del siglo,
parece mono de organillero.
No hay cáliz posible
que la contenga, ella es
su propio continente.

Si la llamo, no responde.

La escucho gemir
y la busco (ya no puede esconderse).
Está rendida,
tirada detrás del sillón.
Corro la cortina
y la luz del ventanal perlado de lluvia
la despierta.

Me mira, sonríe
y desaparece.
Queda el aroma de alcanfor
y la verde exhalación.