Una mujer blanca come con su blanco
marido
y su hijo blanco –asombro de ojos de miel
al borde de la mesa.
Sin querer,
extraviada,
la mirada de la mujer blanca
extraviada,
la mirada de la mujer blanca
se cruza con mis ojos de madera,
y todo lo que tiene que pasar pasa
en dos segundos
contados,
y entre ellos
el acero inoxidable,
el vidrio
y un barullo quedo,
indeleble,
eterno.
Todo lo que pasa tiene que pasar.
Bajo entonces la mirada
con elegante melancolía
y con la sonrisa lanzada al mar
de los universos paralelos.
Escucho a la mujer blanca:
reconviene al blanco niño,
sin motivo.
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